EL ENTRENAMIENTO COMO METÁFORA
(Artículo publicado en El Budoka nº 343)
Hace veinticinco años nadie dudaba de
que las artes marciales eran útiles para la defensa personal, sin embargo
hoy en día muchos lo ponen en duda, y piensan que los estilos clásicos
o tradicionales tienen demasiadas florituras, son artificiosos y están
alejados de la realidad de una pelea. Esto ha dado lugar, especialmente en occidente,
a la creación de sistemas orientados únicamente a la defensa personal,
que se atribuyen las cualidades de ser directos, simples y realistas.
Si dejamos de lado la cuestión de la faceta formativa de las artes marciales,
que suele estar prácticamente ausente en los modernos métodos
de autodefensa, hay que decir que muchos occidentales, con su actitud pragmática,
parecen no entender bien todo aquello que no sea directo, inmediato, práctico
y obvio, por lo que no han comprendido el carácter metafórico
que tiene el entrenamiento de los estilos orientales de lucha. Esta ignorancia,
o al menos dificultad para comprender la metodología sutil y alegórica
de las artes marciales ha dado lugar, en unos, a la insatisfacción de
practicar algo aparentemente inefectivo; y en otros, a una práctica automatizada
desligada de la realidad.
Las artes marciales tradicionales nacieron de la realidad de la guerra y de
los combates por la supervivencia, y no de la especulación teórica;
sin embargo tuvieron la necesidad de codificarse y estandarizarse para poder
transmitirse. Pero la enorme complejidad de una lucha real, la variedad interminable
de circunstancias que podían confluir en una pelea no podía recogerse
exhaustivamente en un sistema; por eso el proceso codificador fue un proceso
reductor que esquematizaba, a través de principios generales, todo lo
necesario para ser efectivo en la lucha.
Este proceso de normalización los convirtió en sistemas llenos
de referencias a la realidad; pero que era necesario interpretar y descifrar
para aplicar.
Esta codificación, de camino, protegía a los sistemas de intrusos
e indeseables, y permitía únicamente a los verdaderos iniciados
acceder al significado auténtico de los movimientos y de los principios
del sistema.
Como es obvio, aquellos que no entienden o no han aprendido la relación
entre la práctica estandarizada y la lucha real, simplemente ven florituras
o hacen florituras, incapaces de desentrañar la realidad que se esconde
bajo la superficie de las artes clásicas.
Frente al entrenamiento evidente de los sistemas modernos, acuciados por la
prisa y por la necesidad de un realismo casi atroz, se sitúa el entrenamiento
tradicional, que busca la misma efectividad sedimentando estratos de habilidades
y conocimientos que sólo el tiempo puede consolidar. La instrucción
clásica forja de un modo detallista el exterior y el interior del discípulo,
mientras que muchos sistemas modernos volcados en la “pelea callejera”
se empeñan en lo externo, soslayando otros aspectos menos palpables.
Desde los sistemas modernos de defensa personal se opta por un modelo de instrucción
basado en la máxima aproximación a la realidad: cuanto más
real, más útil. Esta metodología puede ser buena, pero
no tiene por qué ser la mejor. Todo depende… Además la cuestión
no es que sea buena o mala, sino que la que usan las disciplinas tradicionales
es distinta y se basa en principios que involucran a la persona de un modo más
integral.
La naturaleza, que es una sabia maestra, reproduce procesos similares a los
del aprendizaje de un arte marcial. Éstos son procesos que preparan a
los individuos para la vida. Un buen ejemplo se da en muchas especies de mamíferos
en las que los cachorros juegan a luchar, y a través de esa experiencia,
nunca cruenta, adquieren las habilidades que un día pueden salvarles
la vida. Este ejemplo de los cachorros, que jugando aprenden
a enfrentarse a la muerte, en una metáfora lúdica, alberga una
valiosa lección para los que practicamos artes marciales.
© Rogelio Casero Abellán