EL TEMIBLE SECRETO DEL BONZO

Un bonzo chino llamado Chen Yuan Pin se había instalado en la región de Edo (actualmente Tokio) por el año 1650. Había atravesado el mar del Oeste para enseñar en el Japón la caligrafía y la pintura. Vivía solo, retirado en una dependencia del monasterio Kokushoji, solamente era visible durante los momentos en los que enseñaba. Discreto como el gato, tranquilo como la superficie del lago, el monje anciano parecía frágil como una lámpara de jade.

Los poemas surgían de su boca como flores de loto, el pincel danzaba entre sus dedos ágiles creando la armonía. Chen Yuan Pin fue apreciado muy pronto por el shogun que le tomó a su servicio. Enseñaba su arte a los jóvenes dignatarios de la corte y a los nobles, pero obstinadamente se nagaba a instalarse en el palacio, prefiriendo el silencio de su retiro a la vida tumultuosa de la corte. A menudo, cuando se dirigía al palacio se cruzaba con los rudos samurais y con sus miradas de desprecio. Estos acusaban en voz baja al protegido del shogun de debilitar el espíritu de los jóvenes nobles destinados al oficio de las armas. ¡No se gana una batalla con un pincel en la mano, ni gritando poemas, ni con la cabeza repleta de filosofía! Discreto como el gato, tranquilo como la superficie del lago, frágil como una lámpara de jade, Chen Yuan Pin continuaba su camino con su cara iluminada por una imperturbable sonrisa.

Una noche que se había quedado en el palacio hasta muy tarde enseñando su arte, el monje anciano volvía al templo de Kokushoji, situado muy lejos de la ciudad, escoltado por tres guardias que había terminado por aceptar ante los ruegos insistentes del shogun en persona, A la salida de la ciudad, el camino se hundió en un bosque profundo. De pronto surgieron unos bandidos y rodearon a Chen Yuan Pin y a su escolta. La jauría de bandidos se lanzó salvajemente al ataque. Los tres guardias luchaban encarnizadamente, una ronda mortal surgió alrededor del monje anciano. Los malhechores eran numerosos, los samurais se encontraron desarmados y dispuestos a morir en un último cuerpo a cuerpo. En ese momento, de una manera tan repentina como inesperada, Chen Yuan Pin pasó al ataque. Rápido como el rayo, flexibles como los juncos, inatrapables como el viento, sus manos, sus pies, sus codos se convirtieron en terribles armas. Cuatro bandidos cayeron pesadamente al suelo, fuera de combate. Los demás asustados por la terrible metarmorfosis del apacible monje se dieron a la fuga. Corrieron sin parar como si se hubieran encontrado un kami, un ser sobrenatural.

Los tres samuráis, llenos de admiración, condujeron al bonzo al templo. En el camino, no pudiéndolo resistir, le pidieron al monje que les enseñara su secreto, el secreto de su terrible fuerza. Pero el anciano guardó silencio y continuó hasta el templo, discreto como el gato, tranquilo como la superficie del lago, frágil como una lámpara de jade. Una vez en el templo saludó a sus guardias y se retiró por el resto de la noche. Los tres samuráis, decididos a saber más, velaron hasta el alba a la puerta del templo.

A la mañana siguiente, renovaron su petición al viejo monje, suplicándole que les aceptara como discípulos o como simples servidores.

- Mi arte es para almas bien templadas. Los caminos del conocimiento son largos y escarpados -les dijo el bonzo.

- Estamos dispuestos a todo -fue la respuesta de los tres samurais.

El viejo bonzo les aceptó como discípulos y, durante largos años, les inició en el arte del wu-chu, el arte perfecto, que él había aprendido en el Imperio del Medio. Más allá de un aprendizaje común, cada uno de ellos se especializó en uan de las ramas del wu-chu. Uno perfeccionó la ciencia de las proyecciones, otro la de las llaves y estrangulamientos y el tercero la ciencia de los atemis, los golpes a los puntos vitales. Después de muchos años de entrenamiento intenso, una vez que hubieron integrado el secreto de Chen Yuan Pin, llegó la hora de que los alumnos dejaran al anciano maestro. Debían transmitir lo que habían recibido, cada uno en su especialidad. El día de la partida, Chen Yuan Pin les dio sus últimas recomendaciones y les recordó que sólo enseñaran a los que estaban dispuestos a seguir la Vía del Corazón.

El Maestro les dio su bendición y se retiró al templo, discreto como el gato, tranquilo como la superficie del lago, más frágil aún por el peso de los años que una lámpara de jade, pero con la cara iluminada por una apacible sonrisa.

 

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